Una de las pocas consecuencias positivas que a nivel social nos ha dejado la crisis es el cada vez más creciente número de personas que se han lanzado a practicar deporte y a llevar una vida más saludable.

IMG_1869Parece que en muchos casos que comenzar a realizar cualquier actividad deportiva, ha servido como tabla de salvación, y los datos de participantes en carreras populares, número de ventas en el mercado de bicicletas, personas que prefieren caminar a utilizar otro medio de transporte se han disparado.

La causa puede ser la propia búsqueda de un modo de vida más saludable o un cambio de mentalidad ante nuestra anterior forma de ver y vivir la vida, lo importante ya no es tanto la causa motivante sino el resultado final tan favorable.

Este paralelismo por tratar de estar mejor, de cuidarnos y de evitar los excesos de antaño, también se muestra en el mundo de las organizaciones.

La causa principal viene determinada por una etapa previa a la crisis en la que la mayoría de las empresas sufrían de “obesidad”, es decir, se cubrían de una gran cantidad de “grasa” o gastos no controlados y superfluos o mal planificados que provocaron que no pudieran salir a flote cuando el panorama económico dejo de ser tan favorable.

Esta “grasa” se componía de elementos como las políticas de compensación, sobre todo en gamas directivas de “y yo más”, de grandes beneficios sociales, coches de empresa a lo cristiano Ronaldo, oficinas lujosas, despachos estratosféricos… parecía que el conseguir mayores resultados pasaba por demostrar lo “gordos” que éramos.

La crisis fue un periodo de régimen total y desmedido y estas “grasas” provocaron que muchas organizaciones no fueran capaces de adaptarse al nuevo escenario económico y desaparecieran, y los demás, los que pudimos aguantar de pie, nos tuvimos que poner el cinturón y perder todo este peso a marchas forzadas, pero no sólo hemos perdido el peso que nos sobraba sino que la situación en muchos casos ha sido más complicada que muchas organizaciones se han quedado raquíticas.

Esta delgadez extrema se tangibiliza en presupuestos casi inexistentes, plantillas reducidas a la más mínima expresión y en muchos casos una falta total de actividades vinculadas a la mejora del capital humano como la formación o el desarrollo, por no hablar de las retribuciones que se han congelado o reducido para poder aguantar el tirón de antaño.

Parece que ya sale el sol, y que el régimen de la alcachofa toca a su fin, pero ¿Ahora qué?

Ahora lo que toca es ser conscientes de lo que nos llevó a esta situación, y no volver a cometer los errores del pasado, lo que toca ahora es recuperar nuestro peso ideal y sacar músculo, convirtiéndonos en empresas saludables o Healthy Organizations.

Y ¿Cómo lo hacemos? Pues invirtiendo en aquellos aspectos necesarios para crecer, evitando en todo momento los costes innecesarios, así por ejemplo algunas de las prácticas que tendrían que estar en nuestra tabla de ejercicios serían las siguientes:

  • Controlar los costes fijos, a través de variabilizar los mismos, así por ejemplo y siguiendo el ejemplo de C. Handy, el trabajar con freelances o externalizar determinados servicios no críticos nos ayudaría a no volver a exceder nuestros costes estructurales.
  • Discriminación en función de resultados, evitemos el generan políticas de gestión en las que no se diferencie a los empleados por sus diferentes rendimientos, resultados, potenciales o lo que consideremos necesario. No tiene sentido el “café para todos” ya que ni todos somos iguales ni todos contribuimos de la misma manera a la consecución de los objetivos de las organizaciones.
  • Competitividad externa, A la hora de retribuir a nuestros empleados seamos coherentes con nuestro mercado de referencia, no entremos en el juego del “y yo más”, no se trata de pujar por el talento, sino de retribuir el trabajo que este desempeña dentro de nuestras empresas, y esto no sólo se debe aplicar a los puestos de base o mandos intermedios sino también para la dirección.
  • Eficiencia continúa, tratar de hacer un ejercicio de mejora continua en nuestras actividades, identificando indicadores de actividad claros con los que poder conocer en todo momento el grado de eficiencia o las potenciales mejoras en los mismos, evitando con ello procesos de trabajo o actividades que no se adapten y den respuesta a las necesidades de las organizaciones.
  • No ser un escaparate, tratando de medir el éxito o relevancia de nuestras organizaciones por el número de metros cuadrados de nuestras oficinas, la gama de los coches que ofrecemos a nuestros directivos o la suntuosidad de los eventos que organizamos, y cambiemos esta visión por la de gastar en aquello que realmente puede tener un reporte para la propia organización.

No significa que dejemos de gastar sino en que tengamos claros los retornos y no nos guiemos únicamente por ser aparentar ser mejor que los demás.

La época de la dieta ya ha pasado, ahora toca sacar músculo y crear organizaciones sanas y en forma para afrontar los retos y las nuevas reglas del mercado actual, para lo cual la frase que resume a la perfección nuestra actuación sería, “La virtud consiste en dar con el término medio entre dos extremos” Aristóteles.

No volvamos a caer ni por exceso (opulencia en gastos) y por defecto (extremada delgadez) en malas praxis que nos condenen a un futuro incierto, y busquemos “la Virtud” en este punto medio de salud organizativa.