Antes de la crisis la mayoría de las organizaciones no se preocupaban por su figura, es más lucían orgullosas sus michelines; (estructuras sobredimensionadas, procesos poco eficientes, políticas e inversiones con falta de control del retorno y gastos superfluos como lujosas oficinas, mármoles en las entradas, despachos diseñados a la última…) cuanto más opulenta era la organización, más felices y orgullosos estaban sus dirigentes.

No pasaba nada por estar gordos, porque el mercado estaba rebosante de comida, y todos participaban del banquete.

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Pero de repente la comida empezó a escasear y esos michelines y la falta de cuidado por el mantenimiento, pasaron factura a muchas empresas.

  • Algunas no pudieron aguantar y murieron por un ataque provocado por su exceso de tamaño, por la falta de cuidado por parte de sus directores, preocupados más por el placer del corto plazo que por las consecuencias que el sobrepeso podría causar en la salud de la organización en el medio y largo plazo.
  • Otras, alentadas por una mayor escasez de comida y aún con cierto margen de maniobra, si comenzaron a ser más conscientes de que su sobrepeso les podía llevar a la muerte y decidieron llevar a cabo una dieta estricta, que les ayudara a sobrevivir durante esta época de escasez.

Estas dietas milagro que las organizaciones están llevando a cabo para su supervivencia se han centrado en la reducción máxima de costes, en parte como solución a la opulencia de otras épocas, (fuera los despachos de diseño, fuera el mármol de las entradas y adiós a las oficinas en las mejores zonas….) pero también la dieta se ha cebado con los costes de personal (los ERES, los despidos o “desvinculaciones” de empleados, reducciones de salarios o condiciones laborales, o en políticas vinculadas al desarrollo de los trabajadores como la formación).

Las supuestas mejoras que querían conseguir con esta dieta, han caído en el mismo error que provocó la obesidad previa, demostrando que en general no aprendemos del pasado, ya que las respuestas organizativas han vuelto a ser radicales y cortoplacistas, igual que el exceso de opulencia y las ansias de crecimiento que provocaron que no se planteara un crecimiento centrado en las necesidades “reales” con una visión centrada en invertir en aquello que era realmente necesario y siempre teniendo en cuenta la estrategia a medio y largo plazo.

Del mismo modo que antes nuestras organizaciones eran demasiado gordas, anquilosadas y torpes para poder moverse con agilidad ante entornos y necesidades cambiantes, ahora tenemos organizaciones raquíticas, convertidas a la mínima expresión por el afán del control de costes, y a las que les será imposible hacer los esfuerzos necesarios para poder competir.

Nos hemos centrado en asumir que la dieta era la solución para nuestras organizaciones y nuestra economía, y hemos perdido de vista que sin salud es imposible competir, que sin comida no se crece, y hemos vuelto a caer en el error del corto plazo como solución final.

Asumamos de una vez, que lo que necesitamos son empresas sanas, en forma, entrenadas para poder competir cuando sea necesario, y esto se consigue a base de planificación, de tener claros los objetivos, de tener las herramientas necesarias, buenos entrenadores, instalaciones adecuadas, y mucha confianza y autodeterminación.

Yo estoy de acuerdo que la dieta era necesaria, ya que nadie tuvo en cuenta en época de bonanza económica que la salud organizativa no podía conseguirse con tanto lastre acumulado e innecesario, pero el raquitismo en el que nos hemos sumido tampoco nos proporcionará los cimientos de una economía saludable y unas organizaciones con el músculo necesario para esforzarse en crecer de manera inteligente.